La visita de Paco Sánchez coincide con una semana especialmente intensa para el centro dependiente de la red de museos de la Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria. Este viernes y el sábado, días 17 y 18 de junio, alberga la celebración de las Jornadas de Etnofografía ‘Reconociendo a Fachico’, centradas en la fascinación del fotógrafo por la vida rural. Además, hasta el próximo 26 de junio permanecerá abierta al público ‘La mirada fotográfica en la cámara de Francisco Rojas Fariñas, ‘Fachico’.
La relación entre Sánchez y la Casa Museo Antonio Padrón-Centro de Arte Indigenista es más que estrecha. De hecho, además de su presencia activa en el nacimiento del centro, en 1973 recibió uno de los primeros premios del Certamen de Pintura Antonio Padrón y su obra cuelga en la denominada ‘Sala de los Amigos’ del espacio expositivo.
El pintor realizó el recorrido por el centro en la tarde del pasado miércoles acompañado por su director, César Ubierna, y por Frank González, técnico adscrito en la actualidad a la Casa-Museo Pérez Galdós, ambos centros integrados a su vez en el Área de Cultura de la corporación insular.
Ubierna se refiere a él como “el último indigenista”. Durante el recorrido por la Casa Museo hubo dos paradas especialmente significativas. Una de ellas tuvo lugar ante uno de los cuadros del propio Sánchez en la ‘Sala de los Amigos’, concretamente el titulado ‘La danza de la alegría’. La segunda fue frente al cuadro ‘Los riscos’ de Felo Monzón.
Sánchez nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1948 y su nombre está estrechamente vinculado al de Felo Monzón y a la Escuela Luján Pérez, en la que entró a formarse con apenas dieciocho años y en la que desarrolló su labor hasta los años setenta. Se trata de un artista de los que ven su trabajo como algo inseparable de su posición política, como demostró al estampar su firma en el ‘Manifiesto de El Hierro’, documento que un grupo de artistas suscribió en 1977.
Sus obras remiten a una visión de Canarias primitiva y esencial. Sánchez recorre los riscos junto a mujeres con pañoletas, cargadas de colores y sombras; de animales y lagartos. Frente al silencio de las calles del risco de Oramas y Padrón, son las suyas unas calles pobladas de susurros de personajes en permanente diálogo entre sí. La suya es una pintura que ha sabido sintetizar la herencia del mejor legado de la Escuela Luján Pérez -Santana, Monzón, Fleitas, Oramas- y de la generación de Millares y Manrique con la cultura callejera de los ochenta neoyorkina.