La exposición está integrada por 62 elementos prehispánicos y forma parte de un proyecto conjunto entre Altamira y el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar, que exhibe simultáneamente desde el pasado 12 de julio y hasta el 16 de octubre 84 piezas catalogadas llegadas de Cantabria. Se trata además de la primera ocasión en la que los fondos de Altamira son objeto de una exposición monográfica fuera de Cantabria. Esta colaboración marca un hito de la relación entre museos de carácter arqueológico en España.
La exposición fue inaugurada por el consejero de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, Carlos Ruiz, junto al director general de Bellas Artes y Bienes Culturales, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación, Miguel Ángel Recio. Carlos Ruiz mostró su alegría porque, al fin, “la dimensión de la Cueva Pintada de Gáldar, la cámara policromada más notable del arte prehispánico de Canarias, haya podido ser divulgada en el territorio peninsular”.
Además, el consejero insular de Cultura aprovechó el evento para destacar la importancia global del patrimonio arqueológico de Gran Canaria y recordó que el Cabildo trabaja desde hace años en un proyecto integral que pretende culminar con la declaración de Risco Caído y otros espacios sagrados aborígenes como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Por su parte, el director general de Bellas Artes subrayó que la exposición supone “un hermanamiento cultural” con el objetivo de promocionar y explicar “el patrimonio de todos los españoles” que, a su entender, “es el que nos une”.
Tampoco se perdieron este acontecimiento histórico el director general de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, Oswaldo Guerra, la directora general de Cultura del Gobierno de Cantabria, la directora de Cueva Pintada, Carmen Rodríguez, y la subdirectora de Altamira, Pilar Fatás.
Alcance previsto de más de 50.000 personas
La exposición sitúa a la cultura aborigen de Gran Canaria bajo los focos del mundo gracias a su presencia hasta el próximo 16 de octubre en el centro que custodia e investiga los vestigios de la Cueva de Altamira, considerada la ‘Capilla Sixtina’ del Paleolítico. Los 62 bienes catalogados que han viajado desde la Isla se distribuyen a lo largo del pabellón anexo utilizado para las exposiciones temporales.
El Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira recibe cada año la visita de más de 260.000 personas y sus responsables estiman que la muestra temporal que hermana a Altamira y Cueva Pintada será contemplada por más de 50.000 visitantes. La entrada se incluye en el precio general de acceso al museo y es gratuita para quienes se acerquen en exclusiva para contemplarla.
Los 62 elementos aborígenes exhibidos desde ayer en Santillana del Mar proceden en su mayor parte de las diecisiete campañas completadas desde 1987 en el yacimiento de la Cueva Pintada de Gáldar, inventario al que se incorporan bienes de otros yacimientos de Gran Canaria pertenecientes a la colección de Santiago Rodríguez y Áurea Aguiar, donada al Cabildo de Gran Canaria.
Entre las piezas enviadas desde Gran Canaria para su exposición en Altamira se encuentran también diversos objetos cerámicos (recipientes, pintaderas e idolillos), industrias líticas, tanto talladas (grandes picos y raspadores para excavar las cuevas o lascas de obsidiana) como pulimentadas, caso de morteros y molinos. También han viajado un lote de burgaos decorados, punzones y espátulas óseas y restos de fauna.
‘El largo viaje… De Altamira a la Cueva Pintada’ explora las diferencias y puntos en común de dos sociedades separadas por más de 33.000 años y unidas por la necesidad del ser humano moderno -el Homo sapiens- de expresar sus pensamientos, comprender el mundo, trascender, afrontar la vida y conjurar la muerte.
Partiendo de esta premisa, la exposición se estructura en cuatro grandes bloques temáticos. El título del primero de estos apartados, ‘Dos países alejados en el tiempo y el espacio habitados por una misma Humanidad’, resume el planteamiento de esta colaboración entre la Cueva Pintada y Altamira.
El segundo apartado, ‘Dos formas de estar en el mundo y de vivir en sociedad’, se centra en las particularidades de ambos asentamientos trogloditas. La cueva de Altamira fue frecuentada por grupos de cazadores y recolectores a lo largo del Paleolítico superior hasta que quedó sellada por un derrumbe hace unos 13.000 años.
Mientras, el poblado de Agáldar se configuró entre los siglos VII y XV a partir de una serie de caseríos entre los que destaca el asentamiento de Cueva Pintada. Sus pobladores, cuyos ancestros llegaron desde África hace menos de 3.000 años, eran agricultores y ganaderos que construyeron poblados distribuidos por la geografía insular.
El tercero de los bloques, ‘Dos formas de habitar en las entrañas de la Tierra’, se centra en la tesis de que las antiguas sociedades cavernícolas compartían el deseo y la necesidad de aproximarse, desde el pensamiento y las prácticas simbólicas, a lo subterráneo. Esta inquietud se traducía en imágenes pintadas o grabadas que reflejaban su cosmovisión y su concepción del espacio.
Por último, bajo el epígrafe ‘Dos formas de dar sentido al mundo e intervenir en él’, se analiza el contraste de las técnicas pictóricas de ambos espacios, incidiendo en el empleo del color negro en Altamira frente al blanco de Cueva Pintada. No obstante, en ambas cavidades existe una coincidencia: el uso del pigmento rojo, extraído en los dos casos de arcillas ricas en óxido de hierro.
La exposición revela los nexos entre Altamira y Cueva Pintada sin obviar sus evidentes diferencias. La cueva de Altamira fue refugio de grupos de cazadores y recolectores. Durante ese tiempo, sus habitantes plasmaron en el interior de la caverna su forma de entender el mundo mediante imágenes que se conservan hoy como la expresión más espectacular del primer arte de la Humanidad.
Por su parte, la Cueva Pintada se erige como un ejemplo excepcional de esas cavidades, naturales o artificiales, que las sociedades agropastoriles de la Gran Canaria prehispánica convirtieron en espacios para acoger la vida y la muerte. Estos ámbitos subterráneos sirvieron, además, como soporte sobre el que plasmar su universo simbólico.