El ocho de mayo de 1968 los pájaros, las flores, el niño de la cometa, las mujeres, los camellos, las montañas, Gáldar, en definitiva, se quedaron huérfanos. Los pinceles aguardan en su taller preparados con los colores de la tierra en un diálogo eterno con ‘La Piedad’, la última de las obras en la que trabajaba el pintor Antonio Padrón. Allí quedó su magua colgada en el caballete junto a la silla pegada a su bata. El tiempo se quedó paralizado en la casa amable del jardín de la magia de este creador, máximo exponente del indigenismo canario.
Falleció con 48 años en la cumbre de su madurez artística. Tres años después de su muerte, en 1971, se inauguró su museo. En un principio la iniciativa de crearlo fue de su familia. Un acuerdo entre los herederos, propiciado por Dolores Rodríguez, tía del artista, hizo posible que toda la obra que se encontraba en el estudio permaneciera intacta en ese espacio. En el año 1982 es adquirido por el Cabildo de Gran Canaria que, desde entonces, lo mantiene integrado en su red de casas-museo.
En 1997 la Casa-Museo Antonio Padrón-Centro de Arte Indigenista era un ente totalmente desconocido para sus conciudadanos y conciudadanas, incluso para sus vecinos y vecinas más próximos. En ese momento las visitas no llegaban a 500 usuarios y usuarias en todo un año. Se imponía elaborar un proyecto museográfico que uniese la función expositiva y la instrumentalización de sus contenidos con fines educativos.
Ese año toma las riendas del citado centro César Ubierna convencido de que el museo debe ser un generador de productos culturales para el medio en el que se inserta. Tenía claro que, en una población de 25 mil habitantes, si el centro no ofrecía una oferta cultural renovada cada cierto tiempo con exposiciones, conciertos, proyecciones, conferencias, o seminarios, visitar de nuevo el museo carecía de atractivo.
Ubierna asegura con vehemencia que “supeditar los museos a una mera exposición es casi un acto negligente”. Durante 13 años guía con la pasión que lo caracteriza la dirección de la Casa-Museo Antonio Padrón, “el cosmógrafo espiritual del campo canario”, como le gusta llamarlo. Hace un balance muy positivo de la evolución del centro, pero incompleto, añade, siempre pensando en nuevos proyectos para trasladar su amor por la obra de Padrón, del que se cumplen cien años de su nacimiento, porque “en este centro se celebra la vida”, subraya Ubierna.
La celebración del Centenario se ha visto truncada este año debido a los acontecimientos de la pandemia sanitaria
No sólo el Centenario se va a ver afectado por los acontecimientos que estamos viviendo; el Centenario sería una anécdota frente a las transformaciones que deberán operarse en la cultura cuando salgamos. La crisis de 2008 puso en evidencia síntomas de agotamiento en el modelo cultural principalmente en sus aspectos económicos. Esta crisis terminará por demostrar que el modelo está agotado, ya que afecta a los aspectos sociales y relacionales de la cultura, y la cultura, esencialmente, es un hecho social.
Concretamente, en los que respecta a la programación prevista, nos vemos obligados a posponer algunas de estas actividades. Sin embargo, creo que mantendrán el mismo carácter conmemorativo durante un año más al juntarse en 2021 con el Cincuentenario de la creación del museo.
En 1997 en el informe que elaboró para la Consejería de Cultura destacaba la precariedad estructural en la que se encontraba el museo y, sobre todo, el absoluto desconocimiento del centro para sus conciudadanos.
Partía, y quienes lo conocieron se podrán acordar, de una idea física que en sí misma era algo más que una metáfora. El museo estaba “de espalda a la calle”. El museo miraba hacia adentro. Su acceso, casi clandestino, se daba por una pequeña puerta de servicio por la calle Drago. Se imponía, como primera medida, que el museo “mirase a la calle” y esa era una de las medidas estructurales que una vez conseguida iba a aportar mejoras significativas. Esa misma idea debía aplicarla a la relación con el medio. En principio, como punto de partida, concebí el museo como un centro de cercanía, de proximidad. El museo debía “saltar sus muros” y para ello era necesario establecer un dialogo con el entorno más inmediato para conseguir su acreditación de necesidad social perdida. No tenía sentido tener un museo ensimismado y ausente, sin relaciones con su ecosistema social.
¿Cómo salta un museo sus muros?
Había que establecer un diálogo y debía ser entablado con lo más inmediato que teníamos, los vecinos colindantes para luego, y a modo de círculos concéntricos, escuchar e incorporar a todas las partes interesadas, los stakeholders, o sea a todas aquellas personas u organizaciones afectadas por las actividades y las decisiones de la empresa museística. Esto es lo que le ha dado la viveza que hoy tiene.
Por ello siempre recuerda que la Casa-Museo Antonio Padrón es un museo vivo.
Sí, ese siempre fue el lema. Un museo vivo propone un sistema abierto que permita su retroalimentación con el patrimonio integral y el establecimiento de una nueva relación con la comunidad, y para ello debe integrarse una cuarta función: la reactivación, entendida como todo lo relacionado con las estrategias que sirven para integrar sectores de la comunidad como socios/aliados del museo. Era preciso, como dijimos antes, “saltar el muro” y sentirnos concernidos del acontecer social. Esta idea es la que se aproxima más al concepto de “sostenibilidad” que creo deben aportar los museos.
Esta forma de entender un museo rompe con la concepción tradicional.
Debemos entender que el concepto del patrimonio a defender no se circunscribe a lo existente intramuros. El sistema museológico tradicional está integrado por tres funciones básicas: la conservación, la investigación y la comunicación. Hoy se critica que este sistema puede convertirse fácilmente en un sistema autónomo, cerrado. Una concepción más integral del museo necesitaría considerar que es posible quebrar este sistema por medio de la socialización, la integración física del museo en su ambiente y una mayor la democratización de las funciones museológicas.
¿Cómo tiene que ser el museo del siglo XXI en su opinión?
Los museos cambian porque cambia la vida, y el hecho más importante al que concurrimos en los últimos tiempos, es al fortísimo impacto que en nuestras vidas están causando las tecnologías de la comunicación.
En el futuro deberemos tener en cuenta que los tiempos están cambiando y que la institución museística tiene que cambiar. Preveo que tendrán que convivir dos modelos con gestión diferenciada. Un “modelo presencial”, para la comunidad más cercana, abierto un número de horas, seis días a la semana, y otro “modelo virtual”, abierto al mundo, veinticuatro horas trescientos sesentaicinco días al año. Sin embargo, creo que el salto más importante tal vez sea la voladura del viejo sistema comunicativo de emisor, receptor y medio. Tal vez nos vayamos a enfrentar a un salto más extraordinario donde el emisor pase a ser receptor y viceversa.
Si mira al futuro, ¿cómo le gustaría ver el museo?
Completo. El conjunto arquitectónico que conforma la Casa-Museo Antonio Padrón tiene un importante valor patrimonial. El proyecto de completar la unificación de ambos espacios ha sido una aspiración largamente deseada. Actualmente falta por incorporar la segunda planta de la casa familiar. Con su incorporación conseguiríamos no solo la unificación de todo el conjunto arquitectónico, sino solventar una de las funciones esenciales en todo museo, la función documental. Sería el Centro de Documentación Indigenista para el que contamos con lo que podríamos llamar el “Fondo 0”, con el archivo bibliográfico y documental que recientemente ha donado Lázaro Santana, el gran teórico del indigenismo canario. Esta superficie también permitiría desahogar el constreñido espacio de gestión administrativa y educativa que actualmente tenemos.
¿Y al creador Antonio Padrón?
Donde debería estar. Durante los años que llevo gestionando el museo, he tenido que responder en multitud de ocasiones a la siguiente pregunta: ¿Por qué este pintor es tan poco conocido? En el fondo, cada una de estas preguntas, me remitía a lo que debía ser mi labor: dar a conocer a Padrón.
Reconozco que su prematura muerte, en el mejor momento de su carrera, no le ayudó a desarrollar un legado importante ‑no llegan a doscientas su obra pictórica acabada y firmada-. Sin embargo, su escasa obra, sí deja entrever que se truncó una trayectoria artística muy singular en la plástica canaria y que, tal vez hoy, estuviésemos hablando de una de las figuras más importantes del expresionismo español del siglo XX.